jueves, 18 de diciembre de 2014

Programa Analítico

Programa análitico de Lengua y Literatura.
Tercer año A, B y C.
C.B.T. Escuela Técnica de Florida.
Profesora Nadia Betarte- 2014

Generalidades:
Elementos y funciones de la comunicación. La función poética del lenguaje y su relación con la Literatura.

Unidad I. Núcleo Introductorio
“El dragón” (Ray Bradbury): 
Características generales del cuento: ubicación temporal y espacial. Personajes principales y secundarios. Características del “dragón”. Particularidades del desenlace

Unidad II. Narrativa, lírica y dramática de la Generación del Novecientos
La Generación del Novecientos: Contexto histórico. Características. Principales representantes.
Características generales de los textos narrativos: Finalidad. Intención del narrador. Definición de narrador. Diferentes tipos de personajes. Superestructura narrativa: marco, complicación y resolución.
“El almohadón de plumas” (Horacio Quiroga): Personajes principales y secundarios. (Descripción de los primeros, teniendo en cuenta grafopeya y etopeya). Características del matrimonio y la casa donde viven. Evolución de la enfermedad de Alicia. Última salida al patio y muerte de la protagonista. El insecto en el almohadón. Análisis del epílogo.
Características generales de los textos líricos: Verso, estrofa, ritmo, rima, métrica, yo lírico. Finalidad.
“Explosión” (Delmira Agustini): Estructura externa (definición de soneto). Tema. El yo lírico y el amor. Transgresión de las normas culturales de la época. Diferentes comparaciones.
Características de los textos dramáticos: Origen del término drama y de los textos dramáticos (la tragedia griega). Importancia de la acción. Significado de acotación, acto y escena.
“El desalojo” (Florencio Sánchez): Definición de Sainete. Tema de la obra. Descripción de personajes (encargada, vecinas, Indalecia, Genaro, inválido) a través de las escenas I, III y VIII. Conflicto principal: la situación de Indalecia. Desenlace: evolución de la protagonista.

Para los alumnos libres:
“A la deriva” (Horacio Quiroga): Ubicación espacial. Características del protagonista (su relación con los demás). Evolución de los efectos del veneno (especial atención a las imágenes visuales de la herida). La travesía por el Río Paraná. Las últimas horas (aparente mejoría, surgimiento de los recuerdos).

Unidad III. Narrativa breve.
“Dos viejos” (Juan José Morosoli): Diferentes ubicaciones temporales. Antítesis de los protagonistas a través de sus características. La visión del mundo para cada uno de ellos. La relación de Llanes con su pasado. La convivencia. La admiración mutua (análisis del desenlace.
“El ahogado más hermoso del mundo” (Gabriel García Márquez): Realismo Mágico. Características del pueblo. La ironía a través de la descripción de Esteban. Reacción de las mujeres y los hombres. Significado del nombre. La unión del pueblo a través del ahogado.

Para los alumnos libres:
“El hombre pálido” (Francisco Espínola): Ubicación temporal y espacial. Influencia del ambiente en la historia. Caracterización de Elvira y el hombre pálido. Desenlace.
“Continuidad de los parques” (Julio Cortázar): El hombre y su relación con la novela que lee. Los amantes en la cabaña. Unión del mundo real y el ficticio.

Unidad IV. Lírica
“El pozo” (Juana de Ibarbourou): Descripción del pozo. Personificación del agua. Diálogo de la última estrofa.

Para los alumnos libres:
 “Los orientales” (Idea Vilariño): Tema. Descripción de los orientales a través del uso de diferentes recursos literarios.
“Cultivo una rosa blanca” (José Martí): Significado de la amistad para el yo lírico. El símbolo de la rosa. Análisis de recursos literarios presentes en el texto.

 “Quén paga el pato” (Mauricio Rosencof): Estructura. Argumento y tema. Estudio de personajes. La crítica social a través del humor.

 “Martín Fierro” (José Hernández): Literatura gaucha y literatura gauchesca. Significado del título. Estructura. La crítica social (Características del gaucho). Personajes principales y secundarios (Reconocimiento)

“Martín Fierro”: Análisis de los Cantos I y II de la primera parte.

RECUERDA LEER TODAS LAS ACTIVIDADES REALIZADAS EN EL AÑO, LA INFORMACIÓN DEL CUADERNO Y LOS TEXTOS TRABAJADOS.
EL DÍA DEL EXAMEN PUEDES CONTAR CON UNA COPIA DE LOS TEXTOS, SIN RAYAR Y SIN ANOTACIONES.


¡A ESTUDIAR Y … ÉXITOS!

domingo, 24 de agosto de 2014

Dos viejos (Juan José Morosoli)

     Fue una amistad que se inició en la ventanilla de una oficina de pagos para jubilados.
    Don Llanes recibió de manos del pagador una planilla en la que tenía que escribir algunos datos personales.
      -¿Y usted no me la puede escribir?- preguntó al empleado.
      -No. Pero aquel hombre tal vez le ayude.
      Señaló a un hombre que estaba esperando. Este se paró y se acercó a la ventanilla, cobró y luego fue a hacerle el trabajo a Llanes.
      Al fin éste presentó el papel, recibió el dinero y salió con el otro de la oficina.

***

      Ya en la calle Llanes invitó:
      -¿Vamos a tomar una copa?
      -Le agradezco, pero no bebo.
      -Entonces acépteme unos bizcochos.
      -Mire, le digo la verdad, pero a esta hora no apetezco.
      Don Llanes lo miró de frente. Advirtió que era un "viejo poquito". Suave. Delgado. Atildado. Tenía buena corbata. Buenos botines lustrados. Y unas manos finas y blancas. Parecían de mujer.
     -Ta bien -dijo-. Yo cuando cobro, como alguna golosina y me paso alguna caña para adentro...

***

      La mañana estaba linda. Bien soleada la plaza. Bajo las acacias de sombra redonda, medallones de sol se hamacaban suavemente. Había un silencio agujereado por los píos de los gorriones. Don Llanes miró hacia los árboles. Sacó la tabaquera y se la tendió al otro.
      -Haga uno. Es de contrabando.
      -Gracias, no fumo.
      Entonces Llanes preguntó:
      -¿Es enfermo usted?
      -No señor, pero me cuido.
      Se hizo una pausa.
      En el centro de la plaza, bajo una acacia dorada, el banco donde siempre se sentaba a comer bizcochos parecía esperarlos.
      -¿Qué le parece si nos sentamos a prosear?
      -Sí. Eso sí.
      Don Llanes era un hombre bajo, de cuello corto. Vestía bombacha ancha, de abrochar bajo el tobillo, y calzaba alpargatas. De él se desprendía una fuerza tranquila. Su cara era plácida. Sin sonrisas, de mirada fuerte pero no dura. Una mirada que se quedaba un poco en las cosas.
     Hablaba despacio con voz gruesa y baja. Una afeitada reciente hacía resaltar más el tostado de la piel en el cuello y en la frente. Un tostado color ladrillo.
      -Yo estoy acostumbrado a sentarme aquí cuando cobro.
      -Yo lo he visto. Vengo seguido, pero después me canso. Pero al rato vuelvo a venir...
      -¡Fíjese!
     Entonces "el viejito" -así lo había bautizado Llanes- ya seguro del interés del otro por su charla, prosiguió:
      -Como no tengo familia  vivo en una pensión...
      -Una cosa que yo no podría, ¿ve?- acotó don Llanes.
      -Sí, es triste... pero...
      Don Llanes esperó un poco la continuación del relato, y preguntó después:
      -¿Y?
      -Eso. Tres en una pieza. Los otros son jóvenes. Trabajan. Vienen a comer y se van. Después vuelven y se acuestan.
      La necesidad de contar algo de su vida parecía haber desbordado su prudencia frente a aquel hombre con quien hablaba por primera vez y que parecía tan diferente de él.
      Siguió:
      -Y no han caído en las camas y ya están dormidos.
      -Las camas son para eso...
      -Sí. Eso sí. Pero yo me acuesto y demoro en dormirme... Y después que me duermo me despierto otra vez... Me cuesta volver a dormirme... Hasta que me levanto temprano a esperar.
      -¿A esperar qué?
      -¡Nada! ¿Usted sabe lo que es esperar nada?
      -Si le digo que no entiendo.
      -Espero la hora de almorzar... Salgo y entro y salgo otra vez... Doy vuelta la manzana y vuelvo... Me siento aquí y espero. Calculo que son las doce y son las diez... Las doce demoran mucho en venir... Almuerzo y tengo que esperar que pase la tarde y la tarde no se va  nunca. Cuando llega la noche espero la cena... me acuesto... No me duermo y lo peor es que me tengo que quedar quieto porque tengo miedo de despertar a los otros...
      Llanes le escuchaba. No entendía bien la tragedia del hombre pero se daba cuenta de que aquello era una cosa de esas que parece que no pueden ser.
      El otro seguía y Llanes se iba fastidiando con él porque aguantaba aquello y lo contaba con una lentitud que no estaba de acuerdo con su deseo de que terminara en algo. Que le pasara algo, en fin. Hasta que le interrumpió:
      -Pero amigo -le dijo- ¿usted no se enloquece?... Porque eso es peor que estar tullido.
      -¿Cómo peor que estar tullido?
     -¡Pues! Un tullido está tullido. Pero usted puede andar. Irse. Hacer algo. Usted no está atado ni enfermo, ni preso, ni yo que sé que es lo que le pasa.
      -Sí, sí. Tiene razón, pero...
      Los dos se habían desahogado. Parecían quedar vacíos. El silencio ni los separaba ni los unía. Como si hubieran vuelto a su natural soledad.
      Hasta que Llanes invitó:
     -¿Qué le parece si vamos a mi rancho y comemos un asado?
      El viejito aceptó porque le faltó resolución para rechazar la invitación.
     No se explicaba porqué había ocurrido esto que le sacaba de su orden, de su destino de pieza engranada en un vacío que le hacía funcionar sin que hiciera falta. Que le hacía funcionar porque sí. Sin explicación posible.

***

      Palabras fueron y palabras vinieron. La tarde se les fue sin advertirlo. Habían recorrido la quintita de Llanes. Llegaron hasta las barrancas del arroyo que distaba unas centenas de metros.

***

      Ya estaban cerca de la pensión. Habían caminado dos o tres cuadras sin hablar cuando Llanes dijo esto:
      -Lo que tiene que hacer usted es venirse a vivir conmigo. Prueba. Si no le gusta se va...
      El viejito vaciló. Miró a Llanes y contestó tímidamente:
      -Bueno... Si usted quiere...

***

      El rancho era amplio. Limpio. Paredes de ladrillo y techo de quincha, plantado en un terreno de dos mil metros bien cultivado. En dos horquetas clavadas en la tierra, el mazo de cañas de pescar, con una bolsita enfundando las puntas.
      Llanes al lado del fogón tomaba mate. Era la primera mañana que iban a compartir. El viejito se lavó, se peinó y se acercó al fogón.
      -Buen día -dijo.
      Llanes por contestación le entregó el mate. Más que invitarlo le ordenó:
      -¡Tome!
      -Es temprano -dijo el otro-, usted madruga.
      -¿Temprano? Son las seis...
      Tras breve pausa, siguió:
     -Cómo va a dormir de noche si se levanta a media mañana...
      El otro no dijo nada. Pero pensó:
      -Si le llama media mañana a las seis, se levantará a las cuatro.
      Tomaron cuatro o cinco mates. Llanes volvió a ordenar:
      -Vamos al mercado... Hoy vamos a pucheriar...
      Cuando volvieron Llanes fue por verduras y leña. Al viejito le pareció que su deber era ayudar al amigo y se puso a lavar la carne. Cuando Llanes volvió lo encontró en eso.
      -¿Pero qué está haciendo, hombre? -le preguntó fastidiado-. ¿Se cree que la carne es una camisa? ¡No ve que le saca todo el jugo!
      El otro se quedó callado. Abrumado por la reprimenda. Llanes lo advirtió y le dio lástima.
      -Parece una criatura -pensó. Y dijo:
      -Usted no haga nada sin preguntar... ¿No ve que no sabe?

***

      El viejito empezó a agrandarse en la estimación de Llanes aquel día en que leyó el diario "para los dos".
     Leía y hacía consideraciones sobre lo que leía. Explicaba todo y Llanes le entendía. Le parecía "estar viendo" lo que él le relataba. Se le "representaban" las cosas, según le dijo.
      Era una crónica policial y al final comentó Llanes:
      -Es grandemente claro... Pero la muerte está bien hecha.
      -Sí -dijo el lector-. Pero una muerte es una muerte.
      -Según. El que sabe cómo fue es él...
      -Sí. Pero la cárcel...
     -Eso no es nada. Yo le digo porque sé... Feo es dormir con un muerto abajo la almohada... Si usted mata pa defenderse el muerto se va... Si no, se queda... la justicia es usted ¿no le parece?
      -Eso sí... Pero...
      Callaron un  momento. Luego preguntó el viejito:
      -¿Usted conoció algún caso?
      -Sí. Me tocó a mi. Tuve preso y después salí... Y si le digo que no me acuerdo de la cara ni el nombre del muerto, no le miento...
      Y tras un  silencio:
      -Bueno... Si las cosas no entraran y salieran de uno... ¡Dios nos libre!...
      
***

      Estaban tomando mate cuando llegó aquel hombre. Era joven. Descendió de un camión.
      -Buen día -dijo. Y se dirijió a Llanes:
      -¿Cómo está?
      -Bien... ¿Y vos?
      -Bien...
      Señaló el camión y dijo:
      -Ahora trabajando bien... Es mío...
      -¿Y tu madre?
      -Bien.
      Se callaron. Parecían haber dicho todo hasta que Llanes preguntó:
      -¿Querés quedarte a comer?
      -No. Me tengo que ir... Tengo que cargar leña...
      Otro silencio. Pesado.
      -Así que me voy a ir...
      Le tendió la mano a Llanes y siguió:
      -Bueno... Que siga bien...
      -Gracias. Y dale recuerdos a tu madre.
      El joven subió al camión y partió.
      El viejito preguntó:
      -¿Y este mozo?
      -Dicen que es hijo mío...
      Se asombró el viejito. Nunca había oído a Llanes hablar de su familia.
      -¿Así que es casado entonces?
      El que se asombró ahora fue Llanes.
      -¿Casado? ¡No! Pero hijos debo tener... dos o tres...
      -¡Ajá!
      -He caminado mucho. uno anda por aquí y por allá. Y como ni ayuda ni pide ayuda... Y los hijos son de la madre, no del padre... Si uno sigue y ella queda, quedan ellos.
      El viejito se calló. Se concentró. ¡Qué hombre este Llanes! Sembró hijos. Mató un hombre. Olvidó a los vivos y a los muertos. Está solo y es feliz.
      Comprendió que los hechos de su vida los iba dejando olvidados, como si no hubieran tenido consecuencias. Como hechos que al realizarse murieran.

***

      Llamaban a la misa las campanas de la Iglesia. El viejito se levantó, se vistió con su traje dominguero y salió del rancho.
      Llanes mateaba.
      -Se durmió- le dijo y le alcanzó el mate.
      -Gracias -dijo el otro-. Hoy no puedo. Tengo que estar en ayunas.
      Esperó que Llanes le preguntara algo. Que le averiguara por qué se había vestido con aquel traje que desde que vivía con él no se había puesto nunca. Pero Llanes no pareció interesarse ni por la contestación que él le dio al rechazar el mate ni por el traje nuevo.
      -Voy a la Iglesia -dijo-. A comulgar... Voy medio seguido... -Y preguntó después:
      -¿Usté no va?
      Llanes pareció asombrarse.
      -¿Para qué? -preguntó a su vez. Y siguió -: No estoy enfermo... No preciso nada... ¿Para qué voy a ir?... ¿No le parece?
      El viejito no le contestó y ganó la calle. Camino a la Iglesia pensaba:
      -Sí. Algo iba a pedir él... Pero no era para ahora. Era para después... Pero Llanes ni eso precisaba... Y recordó algo que le oyó decir un día: ¿Pedir lo que a uno le tienen que dar?... Si se lo tienen que dar y no se lo dan el que está mal es el que lo tiene que dar... Entonces usted lo agarra... Por eso él no pedía nada...

***

      Ahora la vida de ambos tenía un ritmo parejo. De yunta. Comían, tomaban mate, pescaban. A veces recorrían la costa del arroyo. Hablaba el viejito y Llanes callaba. A veces hasta preguntaba algo, parando las lecturas del otro. Llanes cavaba la tierra. El viejito lo seguía con fidelidad de perro, o iba al costado de él o le alcanzaba pequeñas plantas que el otro trasplantaba.

***

      Aquella tarde fueron al arroyo. El viejito vio cómo Llanes se desnudaba y zambullía en la laguna desde la alta barranca. Después iba y venía nadando de orilla a orilla. Cuando salió le dijo:
      -¡Pero qué hombre es usted Llanes!
      No entendió Llanes y preguntó:
      -¿Qué dijo?
      -¡Que sería lindo ser como usted!
      Se fastidió Llanes.
      -Déjese de bobadas -dijo. Y luego-: ¡Decirme eso a mí que no sé leer!... ¡Cállese!
      El viejo caminó dos o tres pasos, recogió la ropa de Llanes y al tiempo que se la alcanzaba le dijo:
      -Vístase ligero Llanes... ¡Hace frío!...
      Llanes sonrió.
      Desde que estaban juntos era la primera vez que sonreía.

martes, 13 de mayo de 2014

Explosión

¡Si la vida es amor, bendita sea!
Quiero más vida para amar! Hoy siento
que no valen mil años de la idea
lo que un minuto azul de sentimiento.

Mi corazón moría triste y lento…
Hoy abre en luz como una flor febea.
¡La vida brota como un mar violento
donde la mano del amor golpea!

Hoy partió hacia la noche, triste, fría…
rotas las alas, mi melancolía;
como una vieja mancha de dolor

en la sombra lejana se deslíe…
¡Mi vida toda canta, besa, ríe!
¡Mi vida toda es una boca en flor!

jueves, 3 de abril de 2014

"El almohadón de plumas" (Horacio Quiroga)

Su luna de miel fue un largo escalofrío. Rubia, angelical y tímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. Lo quería mucho, sin embargo, a veces con un ligero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la calle, echaba una furtiva mirada a la alta estatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. Él, por su parte, la amaba profundamente, sin darlo a conocer.
Durante tres meses (se habían casado en abril) vivieron una dicha especial. Sin duda hubiera ella deseado menos severidad en ese rígido cielo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero el impasible semblante de su marido la contenía siempre.
La casa en que vivían influía un poco en sus estremecimientos. La blancura del patio silencioso (frisos, columnas y estatuas de mármol) producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el brillo glacial del estuco, sin el más leve rasguño en las altas paredes, afirmaba aquella sensación de desapacible frío. Al cruzar de una pieza a otra, los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un largo abandono no hubiera sensibilizado su resonancia.
En ese extraño nido de amor, Alicia pasó todo el otoño. No obstante, había concluido por echar un velo sobre sus antiguos sueños, y aún vivía dormida en la casa hostil, sin querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.
No es raro que adelgazara. Tuvo un ligero ataque de influenza que se arrastró insidiosamente días y días; Alicia no se reponía nunca. Al fin una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto, Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió enseguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia. Luego los sollozos fueron retardándose y aún quedó largo rato escondida en su cuello, sin moverse ni decir una palabra.
Fue ese el último día que Alicia estuvo levantada. al día siguiente amaneció desvanecida. El médico de Jordán la examinó con suma atención, ordenándole calma y descanso absolutos.
-No sé- le dijo a Jordán en la puerta de la calle, con la voz todavía baja-. Tiene una gran debilidad que no me explico, y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme enseguida.
Al otro día Alicia seguía peor. Hubo consulta. Constatóse una anemia de marcha agudísima, completamente inexplicable. Alicia  no tuvo más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte. Todo el día el dormitorio estaba con las luces prendidas y en pleno silencio. Pasábanse horas sin oír el menor ruido. Alicia dormitaba. Jordán vivía casi en la sala, también con toda luz encendida. Paseábase sin cesar de un extremo a otro, con incansable obstinación. La alfombra ahogaba sus pasos. A ratos entraba en el dormitorio y proseguía su mudo vaivén a lo largo de la cama, mirando a su mujer cada vez que caminaba en su dirección. 
Pronto Alicia comenzó a tener alucinaciones, confusas y flotantes al principio, y que descendieron luego al ras del suelo. La joven, con los ojos desmesuradamente abiertos no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche se quedó de repente mirando fijamente. Al rato abrió la boca para gritar, y sus narices y labios se perlaron de sudor.
-¡Jordán! ¡Jordán!- clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dio un alarido de horror.
-¡Soy yo, Alicia, soy yo!
Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.
Entre sus alucinaciones más porfiadas, hubo un antropoide, apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía fijos en ella los ojos.
Los médicos volvieron inútilmente. Había allí delante de ellos una vida que se acababa, desangrándose día a día, hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la última consulta Alicia yacía en estupor mientras ellos la pulsaban, pasándose de uno a otro la muñeca inerte. La observaron largo rato en silencio y siguieron al comedor.
-Pst...- se encogió de hombros desalentado su médico-. Es un caso serio... poco hay que hacer...
-¡Solo eso me faltaba!- resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.
Alicia fue extinguiéndose en subdelirio de anemia, agravado de tarde, pero que redimía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana amanecía lívida, en síncope casi. Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas olas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en la cama con un millón de kilos encima. Desde el tercer día este hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la cabeza. No quiso que le tocaran la cama ni aún que le arreglaran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaron en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama y trepaban dificultosamente por la colcha.
Perdió luego el conocimiento. Los dos días finales deliró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitorio y la sala. En el silencio agónico de la casa, no se oía más que el delirio monótono que salía de la cama, y el rumor ahogado de los eternos pasos de Jordán.
Murió, por fin. La sirvienta, que entró después a deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.
-¡Señor!- llamó a Jordán en voz baja-. En el almohadón hay manchas que parecen de sangre.
Jordán se acercó rápidamente y se dobló a su vez. Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que había dejado la cabeza de Alicia, se veían manchitas oscuras. 
-Parecen picaduras- murmuró la sirvienta después de un rato de inmóvil observación.
-Levántelo a la luz- le dijo Jordán.
La sirvienta lo levantó, pero enseguida lo dejó caer, y se quedó mirando a aquél, lívida y temblando. Sin saber por qué, Jordán sintió que los cabellos se le erizaban.
-¿Qué hay?- murmuró con la voz ronca.
-Pesa mucho- articuló la sirvienta, sin dejar de temblar.
Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con él, y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y envoltura de un tajo. Las plumas superiores volaron, y la sirvienta dio un grito de horror con toda la boca abierta, llevándose las manos crispadas a los bandós: sobre el fondo, entre las plumas, moviéndose lentamente las patas velludas, había un animal monstruoso, una bola viviente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.
Noche a noche, desde que Alicia había caído en cama, había aplicado sigilosamente su boca (su trompa,mejor dicho) a las sienes de aquélla, chupándole la sangre. La picadura era casi imperceptible. La remoción diaria del almohadón habría impedido sin duda su desarrollo,pero desde que la joven no pudo moverse, la succión fue vertiginosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a Alicia.
Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma.

miércoles, 26 de marzo de 2014


Biografía de Ray Bradbury







(Ray Douglas Bradbury; Waukenaun, Illinois, 1920 - Los Ángeles, California, 2012) Novelista y cuentista estadounidense conocido principalmente por sus libros de ciencia ficción. Alcanzó la fama con la recopilación de sus mejores relatos en el volumen Crónicas marcianas (1950), que obtuvieron un gran éxito y le abrieron las puertas de prestigiosas revistas. Se trata de narraciones que podrían calificarse de poéticas más que de científicas, en las que lleva a cabo una crítica de la sociedad y la cultura actual, amenazadas por un futuro tecnocratizado. En 1953 publicó su primera novela, Fahrenheit 451, que obtuvo también un éxito importante y fue llevada al cine por François Truffaut. En ella puso de manifiesto el poder de los medios de comunicación y el excesivo conformismo que domina la sociedad.
Ray Bradbury se graduó en la escuela secundaria en 1938, y se ganó la vida como vendedor de periódicos hasta 1942. Comenzó a escribir desde niño, pero publicó su primera historia en 1938, en una revista de aficionados. Adquirió la certeza de lo que sería su estilo cuando compuso The Lake. En 1943 dejó el trabajo de vendedor de periódicos y se dedicó a escribir a tiempo completo, publicando en diversos medios numerosos relatos breves, hasta que en 1950, con la aparición deCrónicas marcianas, comenzó su ascendente fama literaria. En sus páginas, que relatan los intentos de los terrestres por colonizar el planeta Marte, se reflejan las angustias y ansiedades que existían en la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ante el peligro de una guerra nuclear.
Considerados un clásico de la ciencia ficción, este conjunto de relatos interdependientes recoge no sólo las vicisitudes de la colonización del planeta Marte sino también la caída de su civilización, abarcando un período comprendido entre 1999 y 2026. Los marcianos poseen notables poderes telepáticos, lo que causa graves contratiempos a las tres primeras expediciones. La cuarta aporta al planeta la varicela, que contagia a los indígenas y acaba con su resistencia.
A continuación, se desarrolla la obra colonizadora, que aporta al planeta los aspectos más negativos de la cultura occidental. Sólo un mexicano, que conserva las esencias de su cultura indígena, consigue establecer una auténtica comunicación con un marciano que, a su vez, es depositario de las tradiciones desplazadas por la hegemonía de los colonizadores. Éstos han degradado a tal punto la civilización autóctona que en uno de los relatos un marciano utiliza sus poderes telepáticos para divertir a los nuevos amos adoptando las personalidades que le solicitan. También los negros estadounidenses establecen asentamientos para huir de la discriminación. Finalmente, el planeta casi se despuebla porque una amenaza bélica en la Tierra induce a los colonos a regresar. Los pocos que permanecen en Marte se convierten en los "nuevos" marcianos.
En 1951 publicó uno de sus libros mayores, El hombre ilustrado, compuesto por varios relatos de naturaleza fantástica, y dos años más tarde otro de los más representativos, Fahrenheit 451 (título que alude a la temperatura en que los libros empiezan a arder). Fahrenheit 451 narra la historia de una ciudad del futuro dominada por los medios audiovisuales, en la que se acosa el individualismo, están prohibidos los libros, y los bomberos, brazos ejecutores de un Estado totalitario, son los encargados de quemarlos. Al margen de la sociedad, un grupo de hombres recluidos en los bosques decide memorizar textos enteros de filosofía y literatura para preservar la cultura.
Esta fábula moralizante ha sido considerada como una gran obra antiutópica y acaso premonitoria, y fue llevada al cine por François Truffaut. En el relato de Bradbury se exponen de forma minuciosa las razones de la prohibición de los libros en boca del jefe de bomberos, Guy Montag. Frente a sus argumentos se expone el punto de vista de un profesor que aconseja a Montag y que pone de relieve las características positivas de la lectura. De este modo se desarrolla una reflexión que se enriquece con referencias a los clásicos.
Bradbury advierte de los peligros y las amenazas que incumben a una sociedad enteramente automatizada, olvidada de los valores tradicionales de la cultura, y próxima al exterminio atómico. Consigue climas sardónicamente alucinantes en cuentos como There will come soft rains (1950), donde una casa robotizada prosigue realizando los movimientos programados, en un mundo carente ya de vida, hasta su postrer quema liberadora, o en The Veldt(1950), donde otra casa automatizada, casi dotada de vida propia, masacra, con la complicidad de los niños, a los padres de éstos.
Pero Bradbury no sólo cultivó la ciencia ficción y la literatura de corte fantástico, sino que escribió también libros realistas e incluso incursionó en el relato policial. Su prosa se caracteriza por la universalidad, como si no le importara tanto perfeccionar un género como escribir acerca de la condición humana y su temática, a través de un estilo poético.
Precisamente por este rasgo algunos críticos no lo consideran un escritor de ciencia ficción como tal y les resulta difícil catalogarlo en uno u otro campo de la literatura. Como ejemplo de ello suelen citarse relatos breves, muy sutiles y tiernos, comoCasa dividida y El robo del siglo, o la poética novelaEl vino del estío. Además del problema de una guerra atómica, de la censura en un mundo por venir y del peligro implícito en las técnicas y la ciencia, trató temas más cotidianos como el racismo, el miedo a la muerte, el amor y la infancia.
Escribió también guiones de cine, como el de la película Moby Dick, de John Huston, así como guiones para series televisivas como Alfred Hitchcock presenta y La dimensión desconocida. En 1963 se publicaron sus obras teatrales, reunidas bajo el título The Anthem Sprinters. Sus relatos cortos han sido incluidos en más de 700 antologías. Aparte de los mencionados, son también muy conocidos títulos como El árbol de las brujas o Cementerio para lunáticos.

Extraído de http://www.biografiasyvidas.com/biografia/b/bradbury.htm

El dragón (Ray Bradbury)

La noche soplaba en el escaso pasto del páramo. No había ningún otro movimiento. Desde hacía años, en el casco del cielo, inmenso y tenebroso, no volaba ningún pájaro. Tiempo atrás, se habían desmoronado algunos pedruscos convirtiéndose en polvo. Ahora, sólo la noche temblaba en el alma de los dos hombres, encorvados en el desierto, junto a la hoguera solitaria; la oscuridad les latía calladamente en las venas, les golpeaba silenciosamente en las muñecas y en las sienes.
Las luces del fuego subían y bajaban por los rostros despavoridos y se volcaban en los ojos como jirones anaranjados. Cada uno de los hombres espiaba la respiración débil y fría y los parpadeos de lagarto del otro. Al fin, uno de ellos atizó el fuego con la espada.
-¡No, idiota, nos delatarás!
-¡Qué importa! -dijo el otro hombre-. El dragón puede olernos a kilómetros de distancia. Dios, hace frío. Quisiera estar en el castillo.
-Es la muerte, no el sueño, lo que buscamos...
-¿Por qué? ¿Por qué? ¡El dragón nunca entra en el pueblo!
-¡Cállate, tonto! Devora a los hombres que viajan solos desde nuestro pueblo al pueblo vecino.
-¡Que se los devore y que nos deje llegar a casa!
-¡Espera, escucha!
Los dos hombres se quedaron quietos.
Aguardaron largo tiempo, pero sólo sintieron el temblor nervioso de la piel de los caballos, como tamboriles de terciopelo negro que repicaban en las argollas de plata de los estribos, suavemente, suavemente.
-Ah... -el segundo hombre suspiró-. Qué tierra de pesadillas. Todo sucede aquí. Alguien apaga el Sol; es de noche. Y entonces, y entonces, ¡oh, Dios, escucha! Dicen que este dragón tiene ojos de fuego y un aliento de gas blanquecino; se le ve arder a través de los páramos oscuros. Corre echando rayos y azufre, quemando el pasto. Las ovejas aterradas, enloquecen y mueren. Las mujeres dan a luz criaturas monstruosas. La furia del dragón es tan inmensa que los muros de las torres se conmueven y vuelven al polvo. Las víctimas, a la salida del Sol, aparecen dispersas aquí y allá, sobre los cerros. ¿Cuántos caballeros, pregunto yo, habrán perseguido a este monstruo y habrán fracasado, como fracasaremos también nosotros?
-¡Suficiente, te digo!
-¡Más que suficiente! Aquí, en esta desolación, ni siquiera sé en qué año estamos.
-Novecientos años después de Navidad.
-No, no -murmuró el segundo hombre con los ojos cerrados-. En este páramo no hay Tiempo, hay sólo Eternidad. Pienso a veces que si volviéramos atrás, el pueblo habría desaparecido, la gente no habría nacido todavía, las cosas estarían cambiadas, los castillos no tallados aún en las rocas, los maderos no cortados aún en los bosques; no preguntes cómo sé; el páramo sabe y me lo dice. Y aquí estamos los dos, solos, en la comarca del dragón de fuego. ¡Que Dios nos ampare!
-¡Si tienes miedo, ponte tu armadura!
-¿Para qué? El dragón sale de la nada; no sabemos dónde vive. Se desvanece en la niebla; quién sabe a dónde va. Ay, vistamos nuestra armadura, moriremos ataviados.
Enfundado a medias en el corselete de plata, el segundo hombre se detuvo y volvió la cabeza.
En el extremo de la oscura campiña, henchido de noche y de nada, en el corazón mismo del páramo, sopló una ráfaga arrastrando ese polvo de los relojes que usaban polvo para contar el tiempo. En el corazón del viento nuevo había soles negros y un millón de hojas carbonizadas, caídas de un árbol otoñal, más allá del horizonte. Era un viento que fundía paisajes, modelaba los huesos como cera blanda, enturbiaba y espesaba la sangre, depositándola como barro en el cerebro. El viento era mil almas moribundas, siempre confusas y en tránsito, una bruma en una niebla de la oscuridad; y el sitio no era sitio para el hombre y no había año ni hora, sino sólo dos hombres en un vacío sin rostro de heladas súbitas, tempestades y truenos blancos que se movían por detrás de un cristal verde; el inmenso ventanal descendente, el relámpago. Una ráfaga de lluvia anegó la hierba; todo se desvaneció y no hubo más que un susurro sin aliento y los dos hombres que aguardaban a solas con su propio ardor, en un tiempo frío.
-Mira... -murmuró el primer hombre-. Oh, mira, allá.
A kilómetros de distancia, precipitándose, un cántico y un rugido: el dragón.
Los hombres vistieron las armaduras y montaron los caballos en silencio. Un monstruoso ronquido quebró la medianoche desierta y el dragón, rugiendo, se acercó y se acercó todavía más. La deslumbrante mirilla amarilla apareció de pronto en lo alto de un cerro y, en seguida, desplegando un cuerpo oscuro, lejano, impreciso, pasó por encima del cerro y se hundió en un valle.
-¡Pronto!
Espolearon las cabalgaduras hasta un claro.
-¡Pasará por aquí!
Los guanteletes empuñaron las lanzas y las viseras cayeron sobre los ojos de los caballos.
-¡Señor!
-Sí; invoquemos su nombre.
En ese instante, el dragón rodeó un cerro. El monstruoso ojo ambarino se clavó en los hombres, iluminando las armaduras con destellos y resplandores bermejos. Hubo un terrible alarido quejumbroso y, con ímpetu demoledor, la bestia prosiguió su carrera.
-¡Dios misericordioso!
La lanza golpeó bajo el ojo amarillo sin párpado y el hombre voló por el aire. El dragón se le abalanzó, lo derribó, lo aplastó y el monstruo negro lanzó al otro jinete a unos treinta metros de distancia, contra la pared de una roca. Gimiendo, gimiendo siempre, el dragón pasó, vociferando, todo fuego alrededor y debajo: un sol rosado, amarillo, naranja, con plumones suaves de humo enceguecedor.
-¿Viste? -gritó una voz-. ¿No te lo había dicho?
-¡Sí! ¡Sí! ¡Un caballero con armadura! ¡Lo atropellamos!
-¿Vas a detenerte?
-Me detuve una vez; no encontré nada. No me gusta detenerme en este páramo. Me pone la carne de gallina. No sé que siento.
-Pero atropellamos algo.
El tren silbó un buen rato; el hombre no se movió.
Una ráfaga de humo dividió la niebla.
-Llegaremos a Stokel a horario. Más carbón, ¿eh, Fred?

Un nuevo silbido, que desprendió el rocío del cielo desierto. El tren nocturno, de fuego y furia, entró en un barranco, trepó por una ladera y se perdió a lo lejos sobre la tierra helada, hacia el norte, desapareciendo para siempre y dejando un humo negro y un vapor que pocos minutos después se disolvieron en el aire quieto.